Viridiana, de Luis Buñuel
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1961,
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Goya,
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Luis Buñuel,
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Viridiana
Nombre original: Viridiana
Director: Luis Buñuel
Origen: México, España
Año: 1961
Buñuel propone una obra marcadamente conceptual, repleta de símbolos y metáforas que introducen aspectos críticos de la sociedad, mientras el argumento narra la lenta liberación de Viridiana, en su pasaje desde una inerte vida de convento a otra más alineada con su naturaleza.
El disparador del cambio en Viridiana es la visita solicitada por su tío, previa a su consagración al convento. Esta acción une a dos seres disímiles pero que comparten la cercanía a la muerte, el último por haber transitado una vida de frustración, y la primera por estar a punto de iniciarla.
Al percibir en su sobrina el camino que la llevará a repetir su tragedia, el atormentado tío busca mediante medidas extremas salvar ambas vidas, y luego, al no lograr este primer objetivo, intenta reencaminar la más prometedora de ellas, la de su sobrina. Con esta decisión la historia se desliza a su segunda parte, e introduce el personaje del hijo, el cual junto a Viridiana reproducen, respectivamente, las características masculinas y femeninas del ser humano. El, inmediatamente inicia la puesta en producción de los campos de su padre, y ella, se ocupa de proteger a los pobres de la región. Estos objetivos se unen visualmente en forma contundente, mediante el elaborado montaje que intercala el trabajo en la estancia dirigido por él, y el rezo de los pobres dirigido por ella. En esa escena se amalgaman sugerentemente: empleados y pobres, herramientas y rezos, y se contrastan: razón y fe, acción y adoración, masculinidad y feminidad.
Este primer cambio en los objetivos de Viridiana, este pasaje de dedicarse a Dios a servir a los pobres, rápidamente comienza a fallar, y su caída se empieza a intuir con la escena del perro atado al carro, y la inutilidad de su liberación vista en el marco global, para desplomarse genialmente mediante la memorable escena del banquete de los pobres. Esta escena, que es en si misma una obra de arte, va desnudando la imposibilidad de insertar a los indigentes en la sociedad “civilizada”, pero esa irrecuperabilidad es pintada con un bello grotesco muy inspirado en los cuadros de Goya, aunque también reproduciendo en un instante “La última cena” de Leonardo, a su vez, esa escena muestra un pintoresco ambiente festivo, que coloca a sus protagonistas como los únicos seres que conectan sus sentimientos con sus acciones, siendo este el mensaje fuerte del director. La sociedad civilizada que integramos, genera muertos, o al menos, seres apenas vivos, como el triste tío, como la entregada Viridiana, como la servil empleada, o los sombríos trabajadores de la hacienda. Entre ellos, el hijo, como versión mejorada de su padre, tiene algo de vida, y la contagia a quienes lo rodean, pero el producir riquezas ocupa gran parte de su tiempo, y la sociedad ralentiza su vida, haciéndole perder tiempo en tareas protocolares, como jugar a las cartas con sus amantes.
El disparador del cambio en Viridiana es la visita solicitada por su tío, previa a su consagración al convento. Esta acción une a dos seres disímiles pero que comparten la cercanía a la muerte, el último por haber transitado una vida de frustración, y la primera por estar a punto de iniciarla.
Al percibir en su sobrina el camino que la llevará a repetir su tragedia, el atormentado tío busca mediante medidas extremas salvar ambas vidas, y luego, al no lograr este primer objetivo, intenta reencaminar la más prometedora de ellas, la de su sobrina. Con esta decisión la historia se desliza a su segunda parte, e introduce el personaje del hijo, el cual junto a Viridiana reproducen, respectivamente, las características masculinas y femeninas del ser humano. El, inmediatamente inicia la puesta en producción de los campos de su padre, y ella, se ocupa de proteger a los pobres de la región. Estos objetivos se unen visualmente en forma contundente, mediante el elaborado montaje que intercala el trabajo en la estancia dirigido por él, y el rezo de los pobres dirigido por ella. En esa escena se amalgaman sugerentemente: empleados y pobres, herramientas y rezos, y se contrastan: razón y fe, acción y adoración, masculinidad y feminidad.
Este primer cambio en los objetivos de Viridiana, este pasaje de dedicarse a Dios a servir a los pobres, rápidamente comienza a fallar, y su caída se empieza a intuir con la escena del perro atado al carro, y la inutilidad de su liberación vista en el marco global, para desplomarse genialmente mediante la memorable escena del banquete de los pobres. Esta escena, que es en si misma una obra de arte, va desnudando la imposibilidad de insertar a los indigentes en la sociedad “civilizada”, pero esa irrecuperabilidad es pintada con un bello grotesco muy inspirado en los cuadros de Goya, aunque también reproduciendo en un instante “La última cena” de Leonardo, a su vez, esa escena muestra un pintoresco ambiente festivo, que coloca a sus protagonistas como los únicos seres que conectan sus sentimientos con sus acciones, siendo este el mensaje fuerte del director. La sociedad civilizada que integramos, genera muertos, o al menos, seres apenas vivos, como el triste tío, como la entregada Viridiana, como la servil empleada, o los sombríos trabajadores de la hacienda. Entre ellos, el hijo, como versión mejorada de su padre, tiene algo de vida, y la contagia a quienes lo rodean, pero el producir riquezas ocupa gran parte de su tiempo, y la sociedad ralentiza su vida, haciéndole perder tiempo en tareas protocolares, como jugar a las cartas con sus amantes.
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