jueves, 7 de junio de 2007

Galileo, de Joseph Losey




Nombre original: Galileo
Director: Joseph Losey
Origen: Inglaterra
Año: 1975

La genialidad, y su incompatibilidad con el mundo, son representadas magistralmente por esta obra de Joseph Losey. Allí se ve como el poder económico, y el religioso, el cual no es más que un disfraz del primero, carcomen la producción de este personaje excepcional.

Además de sus aportes científicos, Galileo regala unos conceptos muy valiosos que chocaron con la sociedad en la que vivió, y lo que es más lamentable, siguen chocando, cuatro siglos más tarde, con nuestra sociedad. Uno de estos aportes, es el objetivo de la ciencia, el cual considera que debería buscar hacer más fácil la vida a la humanidad. A esta conclusión llega en el ocaso de su vida, cuando, preso por la inquisición, le confiesa a su aprendiz su error de haber recurrido al papa para volcar sus conocimientos, en un momento en que, gracias a su “invento” previo, la astronomía se discutía en todos lados, y si hubiera difundido sus conocimientos al pueblo, le hubiera otorgado un poder mayor que el del Vaticano. El otro aporte, se expresa simple y contundentemente en una frase, parafraseada de esta manera: “Lo triste no es una tierra sin héroes, sino una tierra que los necesite”. La misma surge como respuesta ante el reclamo de sus aprendices por haberse retractado, por haber evitado la tortura y la muerte, por no haber sido un héroe, y creo que la respuesta es brillante, esas simples palabras desnudan uno de los grandes engaños que históricamente se usó para proteger el poder y su injusticia: la necesidad de héroes. Desde los escritos antiguos, a las vomitivos mainstream de hollywood, la mayoría de historias se construyen alrededor de un héroe, y esto se instala como un cáncer en nuestros cerebros, se esculpe la idea de que para combatir la injusticia reinante, es necesario un héroe, y como no lo somos, no la combatimos, y gracias a esto la injusticia reina. Yo no soy un héroe, tu seguramente no lo seas, tengo pocos lectores para tener un héroe entre ellos, si tuviera un millón de lectores quizás tendría un héroe leyéndome, pues son muy pocos los héroes, y por ese mismo motivo duran muy poco también, entonces la hábil estrategia del poder para protegerse y preservar la injusticia, es cultivar el concepto del héroe, y con él, adormecer a la inmensa mayoría de la gente en aceptación y sumisión, pues es a esa gente a la que teme, no a los héroes, a los cuales tarde o temprano destruirá.

La historia se desarrolla utilizando una narrativa simple, exceptuando unas escenas en la se quiebra esta estructura y se le da mayor vuelo artístico a las mismas. La primera es en la que se utiliza una suerte de teatro grotesco, mecanismo con el cual se difundían las ideas de oposición en aquella época, para expresar el momento en que las ideas de Galileo llegan al pueblo, y como de ellas surge la sustitución de la fe por la duda, como el régimen establecido: los cardenales girando alrededor del papa, los obispos alrededor de los cardenales, y la larga secuencia hasta el más pobre campesino, se desploma ante uno mucho más natural en el cual cada uno hace lo que tiene ganas, sin opresores ni oprimidos. La elección de cómo representar la idea es perfecta, y el contenido tanto conceptual como artístico es brillante. La segunda escena es cuando van vistiendo al papa, mientras el cardenal inquisidor lo presiona para que detenga a Galileo. La extensa secuencia de vestimentas que le van poniendo encima, junto al numeroso conjunto de líderes que desfilan para escuchar sus palabras, van cargando sobre el papa un peso enorme que se respira en cada segundo de esa escena. La tercera, es la espera por la retractación de Galileo, en donde, en el mismo cuadro, y con un interesante juego de sombras, parecido al utilizado por Eisenstein en “Ivan el Terrible”, se muestran la fe y la razón, representadas por, la hija de Galileo la primera, y sus discípulos la segunda. Ella rezando frenéticamente, ellos discutiendo sobre lo que haría Galileo, ella cerrada, nublada, ellos argumentando, la escena genera tensión, aún conociendo su histórico desenlace, y es coronada con la frase disparadora de la reflexión del párrafo anterior. Finalmente, además de las escenas descriptas recientemente, cabe destacar la original idea de utilizar un coro de niños como prólogo de cada capítulo, lo cual corta el dramatismo sin perder la atmósfera de la era que esta siendo narrada.

En definitiva, una excelente película, donde varios importantes conceptos sociales son presentados concisa y precisamente, utilizando correctos y variados mecanismos artísticos.


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