Baile de ilusiones, de Sydney Pollack
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They Shoot Horses Don't They?
Nombre original: They Shoot Horses, Don't They?
Director: Sydney Pollack
Origen: Estados Unidos
Año: 1969
La miseria humana, y su explotación como espectáculo, define concisamente esta película, en la cual un maratón de baile, nombre engañoso para un conjunto de parejas arrastrándose por la pista, es la excusa para que el “gran” público, ávido de morbo, se deleite con unos desafortunados humillándose por comida y un premio ridículo.
En un momento en que estamos plagados de “reality-shows”, la forma contemporánea de ver personas humillarse, esta película nos brinda un nexo, entre los mismos y los salvajes “espectáculos” en el coliseo romano de la antigüedad, o la ejecución de brujas en la edad media, pues este concurso, tiene todo el guionado que se hace obvio en cualquiera de sus actuales símiles televisivos, y la presencia del público en el lugar lo une fuertemente a sus versiones más antiguas.
La película se desarrolla correctamente, presenta múltiples facetas del drama, incluye diversos personajes unidos únicamente por la misma desgracia, muestra las manipulaciones de los organizadores, las transformaciones en los concursantes, y el paulatino deterioro de todos ellos: concursantes, público, organizadores, y de todo el entorno: arte, espectáculo, sociedad. Quizás, esa exhaustiva presentación, sin llegar a molestar, se estaba tornando algo pesado cuando el director decide culminar la película, el cual parece algo brusco pero bien resuelto.
El final es lo que proyecta el concurso al contexto más amplio de la vida, donde se reproduce la misma competencia, la misma desgracia, el mismo sufrimiento, la misma opresión de los organizadores, la misma manipulación por parte de ellos, el mismo deterioro, y finalmente la misma forma de salir del juego. El desenlace es preciso y necesario, y quiero además destacar, la excelente decisión de iniciar la película con la voz del locutor iniciando el espectáculo, y especialmente la de terminarla con esa misma voz, mientras el maratón continua, y los participantes siguen padeciendo en la pista. Esto le otorga eternidad a la competencia, y despega la historia de los personajes, para insertarla en el drama del ser humano.
En un momento en que estamos plagados de “reality-shows”, la forma contemporánea de ver personas humillarse, esta película nos brinda un nexo, entre los mismos y los salvajes “espectáculos” en el coliseo romano de la antigüedad, o la ejecución de brujas en la edad media, pues este concurso, tiene todo el guionado que se hace obvio en cualquiera de sus actuales símiles televisivos, y la presencia del público en el lugar lo une fuertemente a sus versiones más antiguas.
La película se desarrolla correctamente, presenta múltiples facetas del drama, incluye diversos personajes unidos únicamente por la misma desgracia, muestra las manipulaciones de los organizadores, las transformaciones en los concursantes, y el paulatino deterioro de todos ellos: concursantes, público, organizadores, y de todo el entorno: arte, espectáculo, sociedad. Quizás, esa exhaustiva presentación, sin llegar a molestar, se estaba tornando algo pesado cuando el director decide culminar la película, el cual parece algo brusco pero bien resuelto.
El final es lo que proyecta el concurso al contexto más amplio de la vida, donde se reproduce la misma competencia, la misma desgracia, el mismo sufrimiento, la misma opresión de los organizadores, la misma manipulación por parte de ellos, el mismo deterioro, y finalmente la misma forma de salir del juego. El desenlace es preciso y necesario, y quiero además destacar, la excelente decisión de iniciar la película con la voz del locutor iniciando el espectáculo, y especialmente la de terminarla con esa misma voz, mientras el maratón continua, y los participantes siguen padeciendo en la pista. Esto le otorga eternidad a la competencia, y despega la historia de los personajes, para insertarla en el drama del ser humano.
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